Hernán Restrepo D., a 25 años de su muerte, por Fernando Vera Á

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HERNÁN RESTREPO DUQUE, A 25 AÑOS DE SU MUERTE.
Por Fernando Vera Ángel*
hernan-restrrepo-duque-voz-de-antioquiaTranscurría la década de los setenta. Se la pasaba de avión en avión a lo largo y ancho del continente por su rol ejecutivo como Director de la afamada disquera RCA para Colombia. De ida, en su maletín portaba las cintas de sus recientes producciones con artistas nacionales; de regreso, traía novedades fonográficas calienticas, muchas sin salir todavía a la venta. En ese constante trajín fue como se le acercó a los artistas de todas las edades que marcaron hito desde los mercados hispanos de Norteamérica hasta los de Uruguay, Chile y Argentina.

Hernán Restrepo Duque parecía ignorar o minimizar su reconocimiento en el campo literario por estar inmerso hasta los tuétanos en la farándula. Vino a pellizcarse con ocasión de una feria librera de Buenos Aires, a donde llegó para calmar su afición por las novedades bibliográficas de autores latinoamericanos que buscaba en cada uno de sus desplazamientos.

Como todos los libroadquirientes hizo fila para acercarse a Ernesto Sábato, uno de los autores de moda, quien firmaba autógrafos incesantemente en ejemplares de El Túnel, su reciente y primigenio best seller. Al corresponderle su turno, mientras cogía su pluma para rubricárselo, le preguntó su nombre, igual que a todos los demás. ¡Quien lo creyera! La sorpresa fue inmediata de lado y lado. Sábato le inquirió: ¿Restrepo?, ¿el de las tapas de los discos?, ¿el del programa radial? Superando su gratísimo asombro, asintió el periodista colombiano. Se cruzaron otras cortas frases, intercambiaron números telefónicos y concertaron una cita para días más tarde. Por la agenda de aquel periplo por capitales sudacas el reencuentro no se dio, me relataría don Hernán en alguna ocasión, cuando le pregunté si allí nació entre ellos alguna aproximación personal.

El diez de noviembre de 1991 el corazón le jugó una trastada a Hernán Restrepo, la que acabaría con su vida al día siguiente.

hernan-restrepo-duqueTemprano, muy temprano, el sabio de la música popular latinoamericana, uno de los periodistas y escritores colombianos de mayor nombradía internacional en las décadas intermedias del siglo veinte, resolvió aquella mañana dominical ir en su auto hasta el Club Medellín para comprar unas empanadas y completar el desayuno familiar. Después de hacer su diligencia, de regreso a casa, cerca de la Cuarta Brigada, algunas personas se dieron cuenta de que un carro particular pequeño chocó de manera violenta contra un poste transmisor de energia situado en el separador central, al acercarse encontraron a un señor de aproximadamente sesenta años, corta estatura, robusto, que inconsciente tenía su cabeza inclinada hacia el timón. Sin saber de quien se trataba, lo condujeron a un centro asistencial a donde llegó muerto, como consecuencia de un paro cardíaco que le sobrevino mientras conducía de regreso a su lar habitual. Fue su muerte parecida a la de Albert Camus, acaecida en París, o a la de Julio Sossa, sucedida en Montevideo, dos hombres a los que le dispensó especial atención en su faceta de lector y melómano consumado.

rodrigocorreapalacio-webnode-es_A un cuarto de siglo de la muerte de don Hernán, su espacio sigue vacío, nadie se apecha como él de la cultura vernácula. Nadie hurga como él en todas las historias que rodean la creación de una canción, en la gestación de un cantante de aceptación popular. Tampoco nadie como él busca en el sendero de abrojos que deben transitar los toreros antes de su doctorado en una plaza postinera. Autor de varios libros, de cancioneros, de cronicones, nació en Medellín el seis de junio de 1927 en el hogar de Antonio Restrepo Vásquez y Teresita Duque Santamaría, ambos con ancestros culturales regionales a los que siempre se acercó. Autodidacta por excelencia, cursó estudios básicos en los colegios San José y San Ignacio, de donde se retiró, según revela Gustavo Escobar Vélez (1) “por hastío de los méritos imperantes en ese momento en materia educativa, para irme a un taller de mecánica en Bello, del cual salí echo dibujante, profesión que ejercí durante dos lustros”. En esa su época colegiala se aficionó al periodismo: en El Colombiano dirigió la sección Taurinadas, después pasó a El Diario, a El Espectador y a colaborar en prestigiosos medios de España, México, Argentina, Venezuela, a través de corresponsalías siempre muy acatadas. En 1952 se constituye en el primer lanzadiscos colombiano, al establecer en Caracol el espacio Radiolente, mismo que mantuvo por espacio de treinta años con breves interrupciones. Mario Clavel, el compositor del célebre tema Somos, le obsequió un jingle para la presentación de su audición que dejó huella en la adiodifusión patria. Desde 1953 hasta 1974 estuvo desempeñando diferentes cargos en la empresa disquera Sonolux, en donde también fue nombrado como representante para Colombia de la internacional RCA Víctor.
Al hacer uso de su pensión optó por montar su propio sello, Preludio, con el que rescató joyas fonográficas antañonas, hizo amigos y sembró odios que le ocasionaron dolores de cabeza y desengaños. ¡Jamás fueron los negocios su fuerte! Su romanticismo lo levó a montar un restaurante de calidad con el nombre antológico de Guanteros, en donde presentaba solistas, duetos, tríos o grupos de calidad por sobre cualquiera otra consideración, pero tuvo que cerrarlo a los pocos años, cuando las deudas le minaron su reducido patrimonio.

Bastante próximo a los círculos bohemios y culturales medellinenses en la segunda mitad del siglo pasado, era una biblia parlante que sin celo vertía en cháchara de cafetería o de tertulia hogareña una experiencia como viajero constante por todas las naciones latinoamericanas. Trabó amistad con Monsivais e Ibargüengoitia en México, con Puig, Soriano y los más eximios autores de tangos en Argentina, entre escritores de prestigio. Manuel Mejía Vallejo, Óscar Hernández Monsalve, Orlando Mora Patiño, Darío Ruiz Gómez, Federico Montoya Mejía, Gabriel Cuartas Franco, eran carnales en noches y encuentros culturales como aquellos que institucionalizaran en el Recinto Quirama para hablar de bambucos, boleros y raíces folclóricas.

Mejía Vallejo, en el prólogo de uno de sus títulos, anota: “Bienllegado, pues, el libro de Restrepo Duque, ahora, cuando tan visiblemente enflaquece ante una opinión interesada esto de la cultura tradicional –tradicional es toda cultura, si la tradición no equivale a un simple vicio de permanecer locales y limitados-. Cultura puede ser, también, una apertura a lo universal a partir de un conocimiento de lo regional, que imprime sabor a la vida y al conocimiento…Lo conozco desde hace tiempos, aunque no ha sido una amistad fraternal ni por él ni por mi, nos conocemos y en alguna forma nos queremos, unidos por tantas causas comunes en cuanto a lo nuestro parroquial y a lo latinoamericano se refiere. Nos unen, además, aquellos compositores y aquellas canciones que fabricaron algunas de las mejores horas de nuestra vida, y una especie de conducta moral frente a la tierra donde nacimos y que tan dura y entrañablemente nos soporta…me gustan sus artículos de periódicos y revistas, sus notas al reverso de infinidad de discos que le ha tocado organizar y presentar, donde se humanizan los héroes de la farándula y donde se trata de renacer lo absolutamente inolvidable en canciones y autores, a veces también lo delexnable o desechable de ellos; me gusta escuchar su característica voz en Radiolente, el radioperiódico musical más antiguo de Colombia; me gusta hablar con él y escucharle anécdotas de variado color y de personajes y sitios variados, aunque no le aguante más de una hora en la narración de sus corridas de toros –sobrevivencia del mito- me atraen en los potreros, entre novillonas y en los cuadros de Goya o de Picasso, y no humillados por el heroísmo petulante de toreros, banderilleros y picadores”. (2) A la par que expesa su admiración admite que no era la de ellos una amistad recurrente; sin embargo, a partir de la obra que le prologó se dio entre Mejia Vallejo y Restrepo Duque mucha más cercanía, truncada por la parca un quinquenio más tarde.

Al recordar al maestro, veinticinco años luego de su deceso, queda la sensación de lo injusta que es la cultura autóctona, que se hizo a un sitio especial gracias a su trabajo constante, pero que lo olvidó tan pronto.
(1) La música popular en Colombia. Hernán Restrepo Duque. Colección SEDUCA. Volumen 13. Medellin 1998. Prólogo.
(2) A mi cánteme un bambuco. Hernán Restrepo Duque. Ediciones Autores Antioqueños. Volumen 28. 1986. Prólogo.
Fernando Vera Ángel, periodista, gerente director del Radioperiódico Clarín, rpclarin@une.net.co

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